Crónica: Ombra Festival 2025
Ombra Festival ha hecho realidad el sueño de bailar en Les Tres Xemeneies, inaugurando una nueva etapa donde electrónica oscura, comunidad y patrimonio industrial se encuentran.
Puedo decir, sin ningún miedo a equivocarme, que Ombra Festival ha cumplido el sueño de muchas de las personas amantes de los sonidos oscuros que observamos el skyline de Barcelona: vivir un festival en Les Tres Xemeneies. La sola idea de bailar rodeada de cemento en ese monstruo industrial tan presente en el horizonte parecía casi una fantasía imposible. Y nunca entendimos por qué, porque el lugar, desde luego, es ideal: una estación de transporte justo enfrente, un montón de aparcamiento, ningún vecino, el mar a unos pasos y una estética tan industrial, tan de otra época, tan nostálgica y a la vez futurista.
Y de repente, ahí estaba: dentro de mi propia fantasía, rodeada de cemento en uno de mis festivales preferidos de esta ciudad, respirando ese paisaje de acero y hormigón que tantas veces imaginamos ocupado por ritmos crudos y sonidos sintéticos.

La fábrica es otro nivel. Estructuras de hormigón inmensas que devuelven el sonido, pasillos oscuros que parecen túneles al pasado, vigas suspendidas en la luz roja, instalaciones de arte escondidas entre la penumbra y una cantidad de rincones que te invitan a perderte sin realmente perderte. Es un espacio que respira historia, pero también presente; un templo industrial que, iluminado, parece diseñado para un ritual de sonidos oscuros.

En el interior teníamos la sala Operator (Operator Stage), que acogió la mayoría de sets de DJs: electrónica más analógica, techno oscuro, live-acts, propuestas experimentales. También estaba el escenario Megabreakz, el más underground de los tres, orientado a sonidos de club, electro, breakbeat o vertientes más crudas de la electrónica. En esa misma planta, un par de zonas de descanso ofrecían vistas espectaculares a las instalaciones artísticas. Escaleras metálicas de emergencia daban acceso a la parte superior del recinto, donde se encontraba el Market, con más exposiciónes. A nivel visual y estético, Ombra volvió a demostrar que su concepto va mucho mas allá de la música. Bajo la dirección artística y curaduría de Sergi Ribó, la Nau Turbines se transformó en un organismo vivo donde luz, arquitectura brutalista y arte contemporáneo dialogaban con el sonido, convirtiendo cada espacio en parte esencial de la experiencia sensorial del festival. Esa dimensión artística se expandía también a través de Ombra Gallery y de las distintas instalaciones repartidas por el recinto: videoarte, fotografía, arte generativo, robótica e instalaciones audiovisuales que convivían con la música. Obras de Damián Pissarra, Àlex Rígol o Sergi Ribó dialogaban con piezas fotográficas de Cristina del Barco y Mina Chauveau, propuestas robóticas de Kinetik Riot, arte generativo del Generative Art Museum y una instalación televisiva firmada por RIP TV. Todo ello, acompañado además por una cuidada selección de obras visuales, que iban desde piezas de H.R. Giger procedentes de los archivos oficiales del Museo Giger de Suiza hasta el arte digital bizarro y metafísico de Evgeniy Shvets. Todo estaba dispuesto para que tuvieras la sensación de estar habitando un ecosistema artístico total.

Pero no todo lo sorprendente estaba dentro de la fábrica.
Fuera del monstruo de hormigón también había elementos fundamentales. El escenario Ombra, habitualmente reservado para actuaciones en directo de bandas o proyectos de corte industrial, darkwave, EBM o post-punk. Zonas de comida, barras estratégicamente repartidas… y un elemento que nadie esperaba, pero que acabó siendo absolutamente necesario: ese toque de costumbrismo de feria de pueblo que apareció en forma de Tren de la Bruja EBM, convertido de forma inesperada en uno de los grandes protagonistas del fin de semana y que nos regaló muchos momentos de diversión entre sets.

El ambiente también merece una mención especial. Ombra es un espacio de reunión de sonidos oscuros y vanguardistas, pero también de bandas míticas, talentos locales y grandes leyendas. Y eso crea una especie de tribu que, sobre el papel, parecería no tener nada que ver, pero que en Ombra comparte pista de baile y espacios durante tres días. Góticos clásicos, raveros experimentados, industrialeros de los 90, modernos vanguardistas, gente de aquí, de allá y de más allá; outfits cuidados, mayoritariamente negros, algunos discretos, otros con un evidente deseo de destacar; una media de edad más elevada que en la mayoría de festivales y una propuesta ecléctica dentro de la coherencia sonora del evento.

Y cuando una ya lleva unos cuantos años viniendo a su festival fetiche, ya sabe cómo manejar el flow: cuándo llegar, cuándo parar, cuándo dejarse llevar. Cómo dosificar la energía para sobrevivir —y disfrutar— los tres días sin perder esa chispa necesaria. Cómo moverte, cómo convivir con el espacio y cómo dejar que el lugar te marque el ritmo sin que eso te cueste la vida.
El hecho de que haya dos (o tres) escenarios a mucha gente le gusta, pero a mi personalmente, en un festival como Ombra, me da un poco de ansiedad, o más bien dicho, de FOMO, porque todos sabemos que no se puede estar en dos sitios a la vez. Y con ese line up os prometo que me ha pasado en 10 ocasiones como mínimo y no exagero, esto de querer estar en dos sitios a la vez. Quizás sea por que soy de esas personas que quieren ver a los artistas que conocen, pero también me flipan los nuevos descubrimientos, lo que le añade más ansiedad a la ensalada.
VIERNES: EL DÍA DEL REENCUENTRO
El viernes solo estaban operativas la sala Operator y el Ombra Stage, y eso ya marcaba el tono: el primer día del festival es, ante todo, un día de reunión. Ese momento anual en el que vuelves a cruzarte con personas que solo ves en Ombra, donde los abrazos se acumulan, las historias se actualizan y los planes improvisados fluyen sin esfuerzo.

Llegamos justo a tiempo para el live de Sansibar, uno de los artistas más estimulantes del nuevo techno europeo. Conocido por su enfoque híbrido, que va entre el electro futurista, el trance ácido y la electrónica emocional, Sansibar ofreció un directo que fue pura combustión. Sintetizadores líquidos, secuencias que parecían respirar y una vibe que encajó a la perfección con la arquitectura industrial del Operator.
Después vino Schicksal, propuesta más sombría y minimalista, donde los ritmos rotos, las texturas densas y los patrones repetitivos creaban una atmósfera casi ritual. Esos sonidos que te colocan mentalmente al instante en un sótano del Berlín de los 90.

La gran duda del día fue elegir entre Escathon y Boris Divider. Escathon, como proyecto, es uno de los más respetados dentro del industrial techno contemporáneo. Su directo suele ser una experiencia física: percusión áspera, ruido estructurado, drones metálicos y una progresión que roza lo militar. Es de esos artistas que convierten la pista en un espacio de resistencia sonora. Pero esa noche nos decantamos por Boris Divider, y no me arrepiento, porque hace mucho que no bailaba electro con tantas ganas. Divider es una institución dentro del electro nacional: precisión quirúrgica, estética retro-futurista y un dominio absoluto de las máquinas. Su set fue una demostración de electro como hacía tiempo que no veía: seco, técnico, elegante y contundente, de esos que te obligan a bailar desde las rodillas.
SÁBADO: EL DÍA DE LOS CLÁSICOS
El sábado suele ser el día más multitudinario del festival, y este año no fue la excepción.
Llegamos al live de Fotocopia, una de las propuestas más esperadas. Y en Ombra lo tenían claro: un live tan poco convencional no puede ir en el escenario, y colocaron su mesa en medio del dancefloor del Operator. Fotocopia funciona así: un directo completamente interactivo, improvisado, sencillo pero juguetón. Coplas electrónicas, sampleos, melodías naif deformadas y gritos desgarrados. Su energía arrastra a toda la sala, y esta vez no fue diferente, aunque le falto un poco de volumen a la actuación.

Después estuvimos un rato pérdidas, como suele ocurrir los sábados (lo que os decía de conocer el flow del festival), justo en el momento en el que se dio el apagón, que duro unos 30 minutos y dejo todo el festival a oscuras. Después de eso nos enganchamos a Lavion y Orphx. Lavion nos atrapó con su electrónica afilada tras haber estado paradas un buen rato, de líneas melódicas tensas y ritmos medidos, un sonido que recuerda a antiguos laboratorios de experimentación sonora. Y Orphx, qué decir. Hacía mucho tiempo que no veía su despliegue en el escenario, y no me defraudo. Leyendas del industrial canadiense, pioneros en la hibridación de techno, noise y ambient oscuro. Un punch de energía necesario y bien puesto.
El auténtico descubrimiento del sábado fue Carlos Perón, cofundador de Yello y figura de culto en la electrónica europea. Apareció con su traje blanco de predicador futurista, proyectando visuales vintage, kitsch, que resultaban hipnóticas y maravillosas a partes iguales. Su directo fue un viaje entre el synthpop más primitivo, el industrial teatral y momentos que rozaban una horterada con mucha clase y muy necesaria en esos momentos del festival. Una de las actuaciones donde mejor lo he pasado sin duda, teniendo en cuenta el factor sorpresa que lo hace todo mucho más excitante.

Ya exhaustas, dimos nuestras últimas energías con unos viejos conocidos, con el live de NX1, que fueron contundentes y precisos como siempre. Techno industrial que funciona como un martillo: directo, oscuro y efectivo. Cuando ya nos íbamos, vimos de refilón a Flash Zero, míticos en la historia del electro español. Puro legado, pura estética ochentera, pura actitud. Un cierre perfecto para decir “hasta mañana”.
DOMINGO: EL MEJOR DÍA
El domingo siempre es el mejor día. El ambiente se vuelve más cálido, más comunitario. La gente está cansada, pero feliz; todo el mundo baja una marcha y la energía se hace más íntima. Además, llegan caras nuevas y frescas que le dan al festival otro toque.
Llegamos para ver Silver Tears en Operator, un proyecto delicado, atmosférico, que nos envolvió con sus melodías frías y su estética introspectiva. Aunque nos gustó, queríamos un cambio de energía y un poco mas de ritmo y bailoteo, así que bajamos corriendo a ver a Eddie Dark a la carpa Ombra.

Eddie Dark ofreció uno de los lives más visuales del festival: luces estroboscópicas de colores sincronizadas con patrones rítmicos, con su silueta recortada entremedio de todo. Una narrativa audiovisual que parecía sacada de un sueño distorsionado. Su sonido, entre el darkwave y el minimal synth, junto con la cruda belleza visual nos atrapo en la carpa, ya que a partir de ahí empezó una tormenta perfecta de EBM y post-punk en la carpa Ombra. Silent EM, con su EBM elegante y melódica, donde cada línea de bajo parecía diseñada para quedarse en tu cuerpo. Test Dept, históricos del industrial británico, ofreciendo un directo áspero, político, poderoso, casi performativo, NNHM, con un sonido más maquinal, frío y contundente, pero suave y romántico a la vez. Y para acabar, Bound By Endogamy incendiaron la sala con su punk-EBM sucio, frenético, crudo, un directo que parecía un exorcismo colectivo.

Mientras tanto, íbamos rompiendo esa línea con escapadas al Operator para ir combinando con el recital de electro que se estaba dando. Los dos descubrimientos del domingo fueron Gab.Gato, un electro rápido y afilado, de bajos mutantes y actitud arrolladora, y Luke Eargoggle, leyenda del electro sueco, con ese sonido clásico, marciano, robótico y tremendamente adictivo y muy muy divertido.

Solo me queda decir que, como en toda primera vez en un espacio nuevo, hay cosas que en cada edición serán mejores. La fábrica tiene un potencial tan grande que una no puede evitar imaginar lo que podría llegar a ser cuando Ombra la conquiste por completo. En mi fantasía ideal, todo sucede dentro de ese monstruo de hormigón, donde estoy segura que todavía quedan muchos rincones por explorar, pasillos que recorrer, espacios perfectos para exposiciones de arte mejor iluminadas, incluso elementos tan básicos como los baños ganarán en comodidad y clase si se integrarán dentro de la propia nave.

Ombra ya era un festival de culto antes de llegar a las Tres Chimeneas, pero ahora tiene un escenario a su altura. Esta edición ha quedado demostrado que el espacio y la propuesta se entienden, que hay compatibilidad, que son un match perfecto.
¿Cuánto más puede ofrecernos este lugar cuando se deje habitar del todo?