Cuando Jeff Mills predijo el fin del techno... y no se equivocó. ¿O sí?

Jeff Mills —adalid del sonido de Detroit y figura de culto de la electrónica desde el rincón más recóndito de la galaxia— vaticinó el fin del género que mejor representa: el techno. Algo aparentemente inconcebible, pero con mucha lógica prestando atención a sus palabras. Por suerte, se equivocó... en parte. Pero no tanto como nos gustaría.  

Sobre música se aprende escuchando, es obvio, pero también leyendo. Si hace unos meses os traíamos una curiosa anécdota sobre cómo los pioneros de Detroit y Chicago habían utilizado exactamente la misma caja de ritmos a través de un extracto de "Techno Rebelde" de Ariel Kyrou, hoy hacemos lo propio con uno de los libros más recomendables de la literatura electrónica: "Electroshock", la biografía de Laurent Garnier coordinada por David Brun-Lambert.  Con la reedición de Barlin Libros que incluye hasta 8 capítulos nuevos, rescatamos de la estantería la reliquia de este libro blanco autografiado por Monsieur para darle la relectura que merece. Y cerca del final, se puede encontrar esta impactante reflexión de Jeff Mills.....

"Hace algunos años hice ese disco llamado 'Cycle 30'. Si miramos treinta años atrás, observaremos que los mismos fenómenos se repiten. Hoy estamos en la misma situación que hace treinta años. A principios de los sesenta, la música se había vuelto muy sofisticada, muy limpia, perfecta. La cosa era un poco aburrida, pues muchos de los grupos comerciales del momento eran cada vez más prefabricados. La tecnología permitía producir una música tan pulida que había perdido el alma en el camino. En aquellos años se alcanzó una cima en la perfección de la producción musical.
Hoy, treinta años después, sucede exactamente lo mismo. Los progresos de tecnología hacen que la música sea perfecta. Recibo maquetas de jóvenes artistas cada semana: casi todas son técnicamente perfectas, pero al estudiarlos con atención, esos temas están huecos, no tienen vida, ni compromiso. La perfección no lleva consigo sentido o emoción. Hoy en día, la gente hace música sin ninguna implicación creativa. El ordenador lo hace todo. Esto es lo que va a matar a la música techno, y el gran culpable de la crisis es la tecnología. Su eficacia va a acabar con el aspecto crudo, accidentado, de la música. Y en relación con ello se dará un cambio, se producirá la revuelta. Exactamente como en los años 1971 y 1972. Si se observa lo que sucedió en aquellos años, es que la música se hizo cada vez más funky, más innovadora.
Nuestro problema es hoy que hay demasiada gente que vive del techno sin implicarse necesariamente en su renovación. Esto se ha convertido en una cultura de gente que hace dinero, sin escrúpulos. La mayoría de músicos que conozco hacen música con intención de venderla. Para ellos, el objetivo no es componer buena música sino sacar un disco. Y ésa no es la manera. ¡No son músicos, son fabricantes! Y desgraciadamente, venden. Recibo toneladas de maquetas de gente así. Generalmente les digo: "Haz cien temas y mándame el ciento uno. Aprenderás mucho de los primeros cien, el ciento uno contendrá todo lo aprendido", pero resulta que el mercado está saturado de esos cien primeros temas. Uno escucha y no oye más que chavales que acaban de comprarse una máquina nueva, tocan el primer botón que se les ocurre, a eso le llaman tema y mandan el resultado tal cual a un sello, que no dudará en sacarlo. Todo esto es lo que va a acabar con nuestra industria. Creo que dentro de tres o cinco años el techno va a agotarse. Y creo que la mayoría de nosotros va a desaparecer con él."

Teniendo en cuenta que el libro es de 2003, esta reflexión es, como muy pronto, de hace más de quince años. Bien es cierto que (por suerte), el techno no ha desaparecido... ¿pero y el techno que defiende The Wizard? ¿Acaso ese sigue vivo? Ese techno evocador, arma para la conquista el espacio; reivindicativo, bajo la máscara y el mensaje luchador de Underground Resistance; inconformista, que saca todo el partido posible a los avances de la tecnología sin descuidar el tacto del acetato; profético, capaz de guiarnos hacia un futuro inexorable cargado de beats. Ese sonido capaz de poner patas arriba tanto un museo de arte moderno como cualquier club que se precie sin apenas inmutarse. Ese género con un alma propia.

Pensar que el techno que disfrutamos ahora es digno heredero de esa esencia es ser, cuanto menos, demasiado optimistas: actualmente la electrónica es un negocio muy lucrativo. Lo que comenzó en unos suburbios siendo una oda a la música, a la comunidad y a la libertad, se ha estructurado bajo las pautas de los dividendos. El techno a granel se va asimilando en la cultura popular, afianzando en su cómoda fórmula de repetición sin plantearse nada más allá. Y aunque cuente con muchos más adeptos y oyentes, ha perdido fuerza.

Pero —ya que nos ponemos a mirar hacia atrás, pensemos en el concepto de acto frente a potencia de Aristóteles— una cosa es lo que se es, y otra lo que se puede llegar a ser. Tampoco pequemos de pesimistas. Es posible que la música electrónica en buena parte haya mutado hacia un terreno más comercial, pero aún existe un circuito de club y red de artistas (con toda la amplitud de la palabra) más subterránea que mantiene todos esos principios. Que defiende una cultura. Un reducto —una suerte de laboratorios sociales y urbanos— que hay que poner en valor y proteger, al igual que el propio club hace con sus asistentes. Si bien no sabemos si podrá cambiar la realidad a gran escala (un veterano de la escena como Dave Clarke reflexionaba en el pasado ADE que, si no lo ha hecho ya, no lo haría), sí estamos convencidos de que puede aportar su grano de arena y modificar el entorno que lo rodea. O, como poco, ofrecer un agradable escape (una liberación) temporal de esa realidad.

Siguiendo el siempre acertado eslogan del sello madrileño Geométrika FM, ayer, hoy y siempre: Techno To Change The World. Aún estamos muy vivos. ¿Estás de acuerdo con nosotros, Jeff?