Spotify: Qué se esconde detrás de la música que escuchas…

Spotify suena bien, pero ¿a quién financia? Un modelo desigual, opaco y con vínculos armamentísticos que ya muchos artistas cuestionan.

Spotify: Qué se esconde detrás de la música que escuchas…
Spotify de nuevo en el centro de la polémica

Spotify vuelve a estar en el centro de la polémica. Quienes me conocen saben que, aunque amo la música y suena a diario en todos mis dispositivos, siempre me ha chirriado la manera de repartir las regalías de esta plataforma, que beneficia únicamente a los “peces gordos”.

Es bien sabido que Spotify reparte la mayor parte de sus ingresos entre los grandes artistas y sellos discográficos, dejando a los músicos independientes con fracciones ínfimas. Para que un artista pueda recibir un ingreso digno, necesita millones de reproducciones: una meta completamente inalcanzable para la gran mayoría.

El dinero que recauda Spotify viene principalmente de dos fuentes:

  • Las suscripciones premium.
  • Los anuncios que se escuchan en cuentas gratuitas.

En teoría, ese dinero se reparte entre la plataforma y los derechos de autor de la música. Pero en la práctica, el reparto es profundamente desigual.

Spotify utiliza un modelo llamado "pooling", en el que todo lo recaudado va a un gran saco común que luego se distribuye según el total de reproducciones globales. ¿Qué significa esto? Que aunque tú solo escuches a artistas emergentes o independientes, tu dinero termina yendo a los más escuchados, es decir, a los de siempre.

Con este sistema, el 90% de las ganancias de Spotify se concentran en un porcentaje ínfimo de artistas, mientras que el resto apenas rasca unos céntimos por reproducción (entre 0,003 y 0,005 dólares por stream).

Y la cosa no mejora: desde finales de 2023, Spotify impuso nuevos criterios para pagar regalías. Por ejemplo, si una canción no supera cierto umbral mínimo de reproducciones, no recibe ningún pago. Esos ingresos se redistribuyen al "pool" global, otra vuelta de tuerca que favorece aún más a los grandes.

A esto se suma un problema más profundo: la desvalorización de la música. El modelo de consumo rápido que impera en plataformas como Spotify nos lleva a entender la música como un producto desechable, donde la cantidad de reproducciones importa más que la calidad o el valor artístico.

Reparto desigual, consumo rápido de la música y relaciones con la industria bélica

En los últimos meses, la controversia en torno a Spotify ha ido más allá del reparto de regalías o los caprichos del algoritmo. Ha entrado en el terreno de lo ético.

Daniel Ek, CEO de Spotify, invirtió a través de su firma Prima Materia 600 millones de euros en Helsing, una start-up europea especializada en sistemas de inteligencia artificial para uso militar: drones autónomos, software de guerra, submarinos automatizados. Helsing ya vende tecnología bélica a varios gobiernos europeos.

No hay pruebas de que el dinero de los usuarios de Spotify financie directamente conflictos armados o represiones concretas —como el genocidio en Palestina o la guerra en Ucrania—, pero sí es un hecho que Ek ha utilizado su fortuna —derivada en gran parte del éxito de Spotify— para alimentar el negocio armamentístico.

Los últimos meses ha habido un gran revuelo en la escena de los grandes festivales en torno a fondos como KKR, gigantes financieros que, por un lado, invierten en empresas relacionadas con la industria militar, y por otro, adquieren catálogos de artistas o se convierten en propietarios de grandes festivales de música.

Y esto abre un melón muy gordo...

¿Puede una marca celebrar la paz, la diversidad y la libertad artística mientras reparte dividendos a fondos que fabrican armas o financian guerras?

Es un tema complejo, y probablemente la línea entre lo que financia o no financia cada euro que gastamos es cada vez más difusa. Pero cada vez más personas se lo preguntan, y eso es lo relevante.

Muchos artistas han comenzado a bajarse del barco. Bandas como Deerhoof han retirado su música de Spotify en protesta por las inversiones de Ek en tecnología bélica. Al mismo tiempo, han surgido campañas de boicot y cancelación bajo el lema: “No quiero que mi música mate a nadie”.

La industria de la música demuestra que sus usuarios son cada vez mas conscientes.

La música es una herramienta poderosa: emociona, une, despierta conciencia. Pero cuando los beneficios que genera terminan reforzando desigualdades y alimentando tecnologías de guerra, es legítimo y necesario que los consumidores nos preguntemos qué hay detrás de cada reproducción.

No se trata de juzgar a quien escucha música en Spotify. Nadie tiene el mapa completo de adónde va el dinero que paga cada mes. Pero sí conviene abrir los ojos ante la opacidad del sistema y reflexionar sobre el tipo de industria que estamos sosteniendo con nuestros clics.