Kraftwerk se presentaron hace unas semanas en el Teatro Real de Madrid como leyendas de la música, como no podía ser de otro modo, enmarcados en una séptima edición de Universal Music Festival que sigue apostando un año más por conciertos muy diversos —este año también actuan Israel Fernández, Lola Índigo, Wainwright o Gloria Trevi— en un escenario de postín. No había recinto que pudiera hacer mejor justicia a los de Düsseldorf, pese al notable choque entre lo que a priori representan unos y otro. La expectación era alta pese al elevado precio de las entradas, y pocos minutos antes del inicio se palpaba nerviosismo entre unos asistentes de edad, digamos, avanzada. La banda sonora de una vida.
Porque a Kraftwerk los amantes de la música electrónica les debemos mucho, muchísimo. Y como nosotros, algunos de los artistas más destacados de las últimas décadas —David Bowie o Jeff Mills como reconocidos fans, y de Michael Jackson se dice quiso colaborar con ellos— y estilos como el techno, el pop y tantos otros que no serían nada sin estos pioneros y el trabajo realizado en su laboratorio Kling Klang Studio durante tantísimos años de una forma tan propia, visionaria y ajena al resto.
Resulta curioso lo visionario de Kraftwerk, pues su música e inspiración permanece de rabiosa actualidad 50 años después. Y no, no hablamos de temas como la tecnología y los robots —ejem, IA y big data—, el amor web —hola, Tinder—, la radiaoctividad —ya incluyen Fukushima, cuidado con Zaporiyia—, las autopistas —con o sin peaje— e incluso el Tour de Francia —enhorabuena a Vingegaard, que se coronaba apenas 3 días antes—, si no de su propio discurso musical que sigue sonando de maravilla en la actualidad, incluso innovador, readaptándose con el paso del tiempo pero manteniendo su esencia. Una evolución que ha sufrido el propio grupo, aún con un incombustible Ralf Hütter a la cabeza como único miembro original tras la retirada de Florian Schneider, respaldado en la actualidad por Henning Schmitz, Falk Grieffenhagen y un recientemente incorporado Georg Bongartz. Mención especial merecen sus voces robóticas con Vocoder en la época del Autotune y sus visuales tan adorablemente arcaicas en la era del 8K, destacando el platillo volante de "Spacelab" que "aterrizó" frente al propio Teatro o el viaje audiovisual vía "Autobahn" a bordo de un Volkswagen y un impresionante e hipnótico "The Robots" final.
"Numbers" y "Computer World" daban el pistoletazo de salida a un concierto donde ya desde el principio nos dimos cuenta de que el recinto, acostumbrado a acordes e instrumentos clásicos iba a responder perfectamente a la propuesta tecnológica de los cuatro robots-humanos con una gran pantalla al fondo. Poco tardaron algunos en transformar el entorno de butaca en una pequeña pista de baile.
Poco a poco fueron desfilando sin pausa auténticos himnos como "The Man Machine", "Computer Love", "The Model" coreado al unísono, "Geiger Counter" con "Radioactivity" como uno de los momentos álgidos, un extenso e intenso "Tour de France" —su último álbum original, y que ya ha cumplido 20 años—, "Trans Europe Express" o el más que icónico "The Robots" que tan bien ejemplifica la idea de Die Mensch Maschine (el hombre máquina).
El final encadenó muy apropiadamente "Boing Boom Tschak" con "Techno Pop" y un "Music Non-Stop" que fue recogiendo la despedida de todos los miembros, uno por uno con su respectiva ovación, hasta un sonoro último hasta luego —como no podía ser de otro modo— a Ralf Hütter. Music Non Stop. Kraftwek tampoco lo hará, pues su legado es eterno. Historia de la música.